domingo, agosto 29, 2010
ARTÍCULO.”LA INTENCIONADA CONFUSIÓN DE LOS LETRADOS E INTELECTUALES QUE DEFIENDEN LA HOMOSEXUALIDAD Y EL MATRIMONIO GAY”.
IMAGEN:UN MATRIMONIO QUE NO LO ES...
"UN PEZ NO VUELA PORQUE DIOS NO LE DIÓ ALAS,LA MUJER NO CONVIVE CON OTRA PORQUE SEXUALMENTE SON IGUALES,POR LA OBRA DE DIOS".MEGF. (DOMINGO 29 AGOSTO DE 2010).
ARTÍCULO.”LA INTENCIONADA CONFUSIÓN DE LOS LETRADOS E INTELECTUALES QUE DEFIENDEN LA HOMOSEXUALIDAD Y EL MATRIMONIO GAY”.
POR PROF.DR.MERVY ENRIQUE GONZÁLEZ FUENMAYOR.
MARACAIBO-ESTADO ZULIA-REPÚBLICA BOLIVARIANA DE- VENEZUELA.AMÉRICA DEL SUR..
REDACTADA Y PUBLICADA EN LA RED: DOMINGO 29 DE AGOSTO DE 2010.
No es nuevo el hecho que un sector de la sociedad humana pretenda realizar un conjunto de cambios que obedecen a intereses meramente grupales, organizacionales y de sectas, cuyos propósitos, aunque no lo expresen de manera abierta, son la destrucción de la sociedad con todos sus valores, principios y postulados en los cuales descansa su tema de vida. Hoy la humanidad ve con sorpresa y con honda preocupación, el avance casi indetenible, de una visión social reñida no solamente con los más trascendentales principios de la sociedad y de la especie humana, esa visión desnaturaliza la esencia del hombre, la sustancia del ser humano; es el homosexualismo y su consecuente decreto a muerte de todas las instituciones, como lo es el matrimonio homosexual o gay, como estos sujetos enfermos en su espiritualidad, mente y emoción, lo califican o lo denominan.
Se ha calificado al autor de este artículo como homofóbico,misógino, discriminatorio y trasgresor de los derechos humanos y de la igualdad. Estas suelen ser las expresiones y epítetos que acostumbran utilizar los que piensan que no existen diferencias y que las distinciones son causa de violaciones a todo tipo de derechos. Olvidan que el diferenciar y distinguir, permite a aclarar y singularizar cosas, personas y situaciones. Ignoran a propósito que al reducir la posibilidad y la capacidad del diferenciar, aumenta en proporción directa, la confusión, el desorden y la anarquía. Desde que comenzó el inefable y perjudicial movimiento del género, el autor ha venido criticando el mismo, en virtud de que su raíz, naturaleza y principal propósito, como lo ha venido a demostrar y tiempo transcurrido desde su aparición en el escenario social y político; ha sido la de legitimar, legalizar y darle carácter válido a las uniones entre personas del mismo sexo. Nótese que en todos los países en los cuales este movimiento ha logrado instalarse, ha sido el producto de movimientos sociales desarrollados por mujeres que utilizando la bandera de la igualdad de derechos, realmente en su mayor parte, fueron féminas cuya vida de relación sentimental, fue accidentada, culminando por lo regular en separaciones y divorcios crueles, que afectaron no solamente su sensibilidad humana, sino también su capacidad razonadora y sus actitudes y conductas en relación al aspecto sexual. Pregonaban que todos los hombres eran castigadores, abusadores, inhumanos, irrespetuosos e incumplidores de todos sus deberes. Se deja claro que existe de legitimidad y necesidad de que la mujer no sea discriminada por su sexo ni por ninguna otra condición y que debe disfrutar de todos los derechos que el hombre ejercita, pues entre ellos como seres humanos frente a la ley no existen sino las diferencias propias de la naturaleza física de ambos. Y es aquí precisamente donde adquiere gran importancia la diferenciación, que no discriminación, entre hombres y mujeres. Los hombres no están dotados por la naturaleza para que los preñen, y luego parir los hijos. De la misma forma que la contextura física de la mujer, le impide en algunos casos la realización de actividades que son propias de los hombres, en virtud de este factor. Los instintos maternales están ausentes en el hombre y ello no implica discriminación, cuando se afirma que la mujer tiene papel fundamental en la maternidad, como actividad fundamental para la preservación de la especie y al hombre, como ha sido históricamente desde su creación por parte de Dios, dotado de una naturaleza propia para el trabajo; sin que ello implique, en la mujer , que no pueda también laborar
Los artilugios, artificios y subterfugios de los intelectuales y eruditos, enfermos psíquica y espiritualmente, defensores de la homosexualidad y del matrimonio gay, llegan al punto de considerar que cuando la palabra de Dios y específicamente la que pronunció Jesucristo como el nuevo mandamiento qué trajo a esta humanidad, el mandamiento del amor, que se traduce en: "amaos los unos a los otros", se refiere a que el amor es de una sola clase y que no admite diferenciación, por ello argumentan que cuando los hombres comparten entre si su vida sexual , es porque de alguna forma están cumpliendo ese mandamiento del amor, es decir que consideran válido, ilegítimo y moralmente aceptable, entre personas del mismo sexo, hombres que aman a otros hombres y viven con ellos como si se tratara de una pareja de hombre y mujer, por otra parte la situación de mujeres que viven una relación amorosa entre ellas, estaría no al margen de la palabra de Dios, sino cumpliéndola , pues Jesucristo no hizo diferencia en cuanto al tipo de amor, que se debía practicar entre los unos y los otros.. Esa blasfemia permitiría, si llevásemos al extremo tan infeliz argumento, el de aceptar que el hijo tenga relaciones sexuales con su padre, puesto que entre ellos se amarían los unos a los otros. Igual ocurriría con las hijas y sus respectivas madres. Del mismo modo entre hermanos y hermanas. De manera que la extinción de la raza humana tal como la conocemos hoy, segura ocurrirá.
No hay razones biológicas, naturales, jurídicas, sociales, ni mucho menos morales, teológicas o religiosas, que apoyen la admisión y aceptación de las uniones homosexuales. Por el contrario sobran los argumentos para afirmar, que aquellas son la negación del orden natural y la manifestación de la decadencia moral de la actual sociedad, amén de la ofensa a los preceptos de nuestro Dios Padre Creador, cuya palabra es categórica al señalar que única y exclusivamente, las relaciones sexuales solo y solamente solo, son legitimas entre hombre y mujer, y son las que reciben la bendición de Dios. Cualquier otra es una aberración.
También se escudan en el falaz argumento, de que quien no esté de acuerdo con las uniones homosexuales, se han atribuido el papel de Dios, pues se atreven a juzgar a los demás. En este aspecto cabría decir , que criticar conductas y comportamientos abiertamente contrarios al orden natural, a la moral y a las buenas costumbres, no es juzgar. Tampoco corregir al prójimo es juzgarlo. Sino se pudiera criticar ni corregir lo que no está bien, de seguro no habríamos salido del paleolítico.
En los párrafos que siguen el lector tendrá la oportunidad de manejar otras argumentaciones que refuerzan la necesidad de luchar en contra de este tipo de uniones que amenazan la perpetuación de la especie y la aniquilación de la sociedad y sus instituciones.
“Discriminar es distinguir. Y confundir es lo contrario de distinguir
Por ende, no discriminar -como machaconamente se nos insiste- equivale a confundir. La bandera de la no discriminación es la bandera de la confusión.Guste o no, es así. Sólo en una segunda acepción -tal como registra la Real Academia Española- discriminar significa “Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.”. Y esto sería discriminar injustamente; lo que especifica a la discriminación como reprobable es su injusticia. Hoy padecemos la deliberada hipertrofia de la segunda acepción de esta palabra, que ha desplazado su sentido propio y exacto.
El lenguaje es discriminatorio. Veamos por qué
En su formidable libro La rebelión de la Nada, Enrique Díaz Araujo desenmascara entre otros a Paulo Freire. Este ideólogo de la educación y agitador social proponía entre otras maravillas disminuir la cantidad de palabras generadoras: 15 en lugar de 80.“¿Se dan cuenta? Siempre se había pensado que la cultura consistía en aprender más cosas. Freire ha descubierto que su esencia está en aprender menos cosas. Ha invertido el signo de todas las civilizaciones que el mundo ha conocido.
La revolución copernicana producida por Freire y llamada ´Revolución Cultural´ supone una simplificación magnífica: antes había que aprender no menos de 80 palabras generadoras; ahora con 15 basta. ¿Basta para qué? ¡Ah, ese es otro asunto! Basta para ser un cuasi-semi-analfabeto” (1).
Si en la palabra yace la cosa, disminuir la cantidad de palabras es... ¿Hacer decrecer las cosas? ¿Destruirlas? ¿Modificarlas en su esencia? Imposible.
Pero disminuir la cantidad de palabras equivale a impedir que la inteligencia vea, comprenda, entienda, aprenda, capte lo que las cosas son.
Cada palabra porta una llama. Cada una de ellas irradia una lux propia en nuestra natural oscuridad
Decir una palabra puede compararse con encender un fuego, lo cual ocurre primero en la mente y casi inmediatamente en nuestros labios; al ser pronunciada la palabra, comienzan a “aparecer” las cosas “que estaban ahí”, junto a nosotros, pero a oscuras: se las puede designar, señalar, nombrar. El nombre es arquetipo de la cosa, enseñó Platón. Cada palabra, distinta de otra, denota por lo mismo una cosa distinta de otra. La riqueza del lenguaje sigue a la riqueza del ser.
El lenguaje porta, lleva, carga, conduce el ser
Si lo anterior es cierto, no hay diferencia entre eliminar del uso común una palabra y apagar una luz, tal como lo difundió Paulo Freire. Por cada palabra arrancada de nuestra lengua, una luz menos. Y por cada luz apagada, algo real que desaparece de nuestra consideración. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente”, afirmó Wittgenstein.
Cuidadosamente omitidos, existen términos que están cayendo en un intencional desuso. Esto ha quedado patente en la actual polémica en nuestro país respecto del “matrimonio” entre personas del mismo sexo. Pensemos por ejemplo en aquellas palabras que involucran de suyo una reprobación moral de la homosexualidad: «antinaturaleza», «contranaturaleza», «perversión», «desorden», etc. Incluso muchos que reprobaron y reprueban esta ley omitían la pronunciación de estos vocablos.
¿Resultado?: el olvido de la realidad o -por lo menos- la fragilidad de su arraigo en nuestras mentes. Las cosas siguen ahí, es cierto, pero nosotros no logramos ya pronunciarlas. Este flagelo se hace patente en la incapacidad para designar las cosas según sus diferencias, por un lado, y en la conocida impotencia de muchos para reprobar lo malo y ponderar lo bueno sólida y firmemente, debido a una carencia de la adjetivación.
Estamos siendo testigos de este empobrecimiento deliberado de nuestras inteligencias. Nuestro estómago se nutre bien, pero nuestra inteligencia está siendo subalimentada. Ya no abrevamos en lo esencial de las cosas -en aquello que las configura como sustancia- sino en sus accidentes. Más que pensamiento débil, actualmente padecemos el castigo del pensamiento anoréxico.
Ahora, pongámonos en los zapatos del ideólogo
Si yo quiero que la gente pierda la capacidad de distinguir lo normal de lo anormal, lo verdadero de lo falso, la naturaleza de la contranaturaleza, lo bueno de lo malo, la virtud del vicio; si yo quiero aniquilar estas diferencias -siéndome imposible hacerlo en la realidad misma-, lo más que puedo hacer es borrarlas de las mentes, a través de la constante omisión de las palabras que verdaderamente significan y nos llevan a las cosas.
Para ello, debo refundar el idioma. Reelaborarlo, según la idea de hombre que quiero construir.
Debo enterrar aquellas palabras cuya sola mención supone de suyo lo Absoluto. Sepultar los vocablos bien y mal, virtud y vicio, gracia y pecado, verdadero y falso, justo e injusto, etc. Todos ellos comportan un Principio que me niego a admitir: si juzgo algo y afirmo “esto es bueno” o “esto es verdadero”, ingreso inevitablemente en el terreno metafísico. Lo mismo se diga de la justicia y la virtud: la sola pronunciación de estas palabras me coloca en la incómoda atmósfera de las verdades perennes.
A lo sumo podré tolerar que se las mencionen siempre y cuando el tono, la atmósfera y las circunstancias que las rodean sean lo suficientemente frívolas como para que nadie sospeche que me he tomado el atrevimiento de hacer un juicio de carácter absoluto.
Por eso, debo criminalizar la Verdad. Que Ella sea demonizada, que su sola mención mueva a la indignación, a la crispación, al escándalo. Que pronunciarla sea un delito.
Enterradas estas palabras, debo conseguir que únicamente subsistan otras, las imprecisas. Aquellas que no suponen una inteligencia en contacto directo con la realidad -una inteligencia metafísica, con vocación para el ser, con apetito del ente, con deseo de admiración-, sino una inteligencia que puede rodear cómodamente las cosas sin penetrarlas jamás, que habite en sus accidentes sin tocar sus esencias. De ahí que todo deba ser juzgado en estos términos: conveniente/ inconveniente; popular/impopular; moderno/antiguo; moderado/intransigente; mayoritario/ minoritario; tolerante/fanático; constitucional/anticonstitucional.
¿Dónde está la trampa? En que todos estos adjetivos pueden convenir indistintamente tanto a la verdad como al error.
Pero como ideólogo no puedo decir frontalmente que busco estos objetivos
¿Qué debo hacer? Acusar a quienes defienden el Orden Natural de mantener este discurso de forma interesada. No atacar sus argumentos, sino su persona. A través de una constante repetición, mi objetivo es lograr que la gente se olvide de la realidad que está en juego detrás de las palabras.
Debo convencer a mi auditorio de que conozco las intenciones ocultas de mis adversarios, de que sé perfectamente que aunque verbalmente aduzcan motivaciones altruistas, en el fondo, por más que ellos lo nieguen, desean mantener el control, el poder, la dominación.
Debo lograr enlodar a priori su autoridad moral, para que la gente ni bien escuche su argumentación piense: “ellos dicen estas cosas como pretexto y justificación de alguna superioridad económica o bienestar material”.
En una palabra, ejercitando el discurso marxista, debo acusar a mis enemigos de intentar imponer una superestructura de dominación -en este caso, el Orden Natural- a través del lenguaje: “la palabra sigue siendo privilegio de los mismos grupos de poder”, dijo en La Nación Adriana Amado, el 28 de julio (2).
En efecto, ¿por qué creerles a los defensores “del orden natural”, si en el fondo -como afirma el cassette pro homosexualista- son unos mentirosos que buscan mantener sus cómodos privilegios económicos, sus autoritarias estructuras de poder? Y si ellos negaran tales motivaciones, ¿puede esperarse que los mentirosos digan la verdad?
“Si un hombre dice (por ejemplo) que los hombres conspiran contra él, no se le puede discutir más que diciendo que todos los hombres niegan ser conspiradores; que es exactamente lo que harían los conspiradores” (3).
He aquí la fabulosa petición de principio, punto de encuentro de víctimas y victimarios. Chesterton la calificaba de locura. Y por eso no proponía “discutirla” como una herejía, sino “quebrarla” como un encantamiento: “Curar a un hombre no es discutir con un filósofo, es arrojar un demonio”.
El activismo pro homosexual pretende embarrar la causa de la Verdad. Permanentemente lucubra hipótesis respecto a las intenciones personales de sus adversarios. Sus cuadros son especialistas en convertir en odiosas todas las cosas buenas: las enlodan mirándolas según su propia mediocridad.
La pequeñez más lacerante que padece esta ideología es no alcanzar a aceptar la posibilidad del desinterés, del altruismo y heroísmo, imitando la posición sartreana que no veía en el amor sino un disfraz del masoquismo o bien del sadomasoquismo.
Si Sartre sospecha del amor y busca mancharlo, los ideólogos actuales -con la misma pervertida mentalidad- convierten en odioso el Orden Natural, rociándolo con sus envenenadas palabras, a fin de impedir que los bienintencionados descubran la realidad de las cosas.
En algo tienen razón estos sofistas: el lenguaje discrimina. El lenguaje -el verdadero, el que ellos pretenden empobrecer y derrumbar- efectivamente discrimina. Distingue. Diferencia. Demarca. Separa. Divide. Y si su objetivo es confundir, un lenguaje que discrimina no les conviene.
Una manzana no es una pera. Matar en defensa propia no es asesinar. Cobrar un impuesto justo no es un robo. Y un matrimonio no es entre personas del mismo sexo.
Pero, ¿cómo desarticular la acusación según la cual nosotros consideramos a la homosexualidad como enfermedad, como antinaturaleza, movidos exclusivamente por turbulentos intereses económicos? ¿Cómo probar que no estamos interesados en mantener ninguna estructura de poder al defender la Verdad?
Se prueba observando una realidad
Hoy el poder lo tienen ellos. Por eso tuvieron el poder como para pedir en octubre del 2009 el relevo del Presidente de la Asamblea General de la ONU, Alí Abdussalam Treki, que se manifestó contrario a la promoción de su ideología (4); por eso tienen el poder para remover un video de “Youtube” donde podía verse cómo un sacerdote de 84 años era detenido por la policía mientras portaba una cruz, al mismo tiempo que los activistas “pro gay” incurrían en los comportamientos propios de los endemoniados, insultando y befando al Santo Padre y a la Iglesia, sin recibir la más mínima sanción (5); por eso cuentan con el apoyo incondicional del gigante informático IBM; por eso presionaron -y lo obtuvieron- a la Real Academia Española para cambiar los significados de su diccionario, puesto que los consideraban “anacrónicos y discriminatorios” (6).
Pues bien, así trabaja el activismo pro homosexualista: para derribar una supuesta superestructura de dominación, erige la propia.
Vivir en el seno de la contradicción no es sino tomar a la hipocresía como método. El colmo de ésta es acusar al adversario de lo que en los hechos uno mismo realiza.
En el principio era el Logos (Jn. 1,1)
La ideología pro homosexualista odia el Logos y lo combate. Como no puede vencerlo en sí mismo, lo vulnera en su imagen: el intelecto humano.
La guerra al logos participado es la continuación de la guerra al Logos Imparticipado. Nos están colonizando con palabras. Y no nos damos cuenta. Por eso el 22 de julio de 2010, al publicar en el Boletín Oficial la modificación del Código Civil a efectos de legalizar el “matrimonio” homosexual, Cristina Fernández de Kirchner afirmó: “no hemos promulgado una ley, hemos promulgado una construcción social”.
Pero los sofistas modernos tienen un punto débil. Terrible y mortal para ellos, si nos damos cuenta: su supremo interés por eliminar estas palabras nos indica cuál es el principal elemento a defender. Lo que más desean, eso es lo que nosotros debemos primero custodiar. Lo que ellos desean prohibir es exactamente lo que tenemos que hacer.
Donde está la solución, está el peligro
Ordinariamente vemos únicamente el peligro, la persecución, el odio furibundo de estos embaucadores; sin advertir que la virulencia con que ellos nos replican no es sino el disfraz de su propio temor a ser desenmascarados. Este peligro que nos acecha al mencionar las palabras que precisamente ellos desean omitir, no es sino el enrejado que recubre y protege la solución. Su debilidad.
Y si nosotros nos hacemos de la solución, ellos están perdidos.
¿Y cuál es?
La solución es la palabra. La verdadera
Pronunciemos la palabra que juzga metafísicamente, con criterios absolutos: la palabra que no se apoya en construcciones históricas convencionales, ni en modas pasajeras. La palabra que refleja el ser, no su interpretación; la palabra que permanece, no la que evoluciona; la palabra que define, no la que halaga o confunde.
Dejemos de naufragar en los accidentes -objeto de la Sofística- y afirmemos lo esencial, la definición de las cosas, el numen, el arquetipo.
La solución última es la palabra en tanto vehículo de realidades metafísicas, por encima del cambio, independiente de los horizontes culturales, de los puntos de vista. Y esta palabra no puede ser sino el reflejo de la Palabra, Dios mismo. Por eso Ernest Hello ha dicho magníficamente:
“Afirmar es el acto inicial de la palabra. Todo verbo contiene el verbo ser. Toda palabra tiene a Dios por sostén. El que es, es el fundamento del discurso” (7).
La cruz permanece mientras el mundo cambia
En el crucifijo yace -aunque el laicismo en Europa pretenda retirarlo- el Crucificado, Logos Eterno y Verbo Increado del Padre: Nuestro Señor Jesucristo. Testigo Supremo de lo que no cambia en un mundo que cambia constantemente. (Tomado deEl lenguaje es discriminatorio: ¿y qué?. La cruz permanece mientras el mundo cambia .Autor: Juan Carlos Monedero | Fuente: Catholic.net ).juancarlosm_82@hotmail.com
(1)Enrique Díaz Araujo. La Rebelión de la Nada o los ideólogos de la subversión cultural, Cruz y Fierro, Buenos Aires, 1984, págs. 202-203.
(2)http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1288952
(3)Chesterton. Ortodoxia, Excelsa, Buenos Aires, 1943, págs. 26-27.
(4)http://www.datum.org.ar/?p=2751
(5)http://www.datum.org.ar/?p=2006#more-2006
(6) http://www.publico.es/espana/277304/rae/gays/diccionario
(7)Ernest Hello. Palabras de Dios. Reflexiones sobre algunos textos sagrados, Difusión, Buenos Aires, pág. 92.
IMAGEN:UN MATRIMONIO QUE NO LO ES...
"UN PEZ NO VUELA PORQUE DIOS NO LE DIÓ ALAS,LA MUJER NO CONVIVE CON OTRA PORQUE SEXUALMENTE SON IGUALES,POR LA OBRA DE DIOS".MEGF. (DOMINGO 29 AGOSTO DE 2010).
Para citar este artículo: si se tratase del caso ejemplificado
GONZÁLEZ FUENMAYOR,Mervy Enrique Ejercicio del Principio Inquisitivo: ¿Ofrenda a la Ética o a la Justicia?.Maracaibo, Venezuela La Universidad del Zulia. 28-Enero-2009.Disponible en:http://www.inemegf.blogspot.com)
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FORMA Y REQUISITOS EN LA CITA DE ARTICULOS, NOTAS, REFLEXIONES AUTORÍA DE MEGF. REDACTADA EL 01 DICIEMBRE DE 2009.
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