domingo, agosto 09, 2009
ARTÍCULO. “FILOSOFAR SOBRE LA ENVIDIA…ACTO DE DEFENSA”.
ARTÍCULO. “FILOSOFAR SOBRE LA ENVIDIA…ACTO DE DEFENSA”.
*** “El envidioso pasivo es solemne y sentencioso; el activo es un escorpión atrabiliario.”.Jose Ingenieros,
POR PROF. DR. MERVY ENRIQUE GONZÁLEZ FUENMAYOR
MARACAIBO.ESTADO ZULIA.REPÚBLICA DE VENEZUELA.AMÉRICA DEL SUR
REDACTADA Y PUBLICADA EN LA RED DOMINGO 09 AGOSTO DE 2009.
En esta otra entrega de mis reflexiones sobre la envidia, he de aclarar que el enfoque del presente artículo se orienta fundamentalmente al as de todo filosófico más que espiritual , religioso, teológico o socialmente conductual de quién practica la envidia. Aunque ha de decirse que resulta casi imposible deslindar esos diferentes campos. Claro que no haré de ese punto el centro de una discusión académica, intelectual o científica, ya habrá otras oportunidades de analizar, examinar y discutir lo pertinente al respecto..
La mayor parte de las personas coinciden en afirmar que: La envidia es la actitud, disposición o incapacidad de algunos seres humanos de alegrarse por el éxito, triunfo, felicidad o prosperidad de aquellos que lo han conseguido, evidenciando de esta manera un cierto grado de “complejo de inferioridad”, así como una especie de odio por el bienestar, la felicidad y los triunfos que otros han conquistado, y que el , potencialmente está dispuesto a alcanzar, pero que no logra . El envidioso es un ser sufriente por “ la buena situación que viven los demás”, el triunfo que otros han logrado lo califica y valora ,el que es envidioso, como una derrota, como un fracaso suyo y por eso se siente deprimido, triste y como un ser de segunda en la sociedad en la que vive. La nocividad de la envidia obtiene una de sus mas notorias expresiones y manifestaciones en su negativa, contumacia y reticencia para el acto de reconocer los meritos, inteligencia y capacidades de los que con el se relacionan y laboran. Siempre encontrará el envidioso “algún pero “para descalificarlos. De otro modo, si los reconociera, se sentiría un fracasado, un perdedor o un inútil. Es tan grave y tan ruin la envidia, que el propio Dios la censura severamente y la sociedad, etiqueta al envidioso de tal forma que, aunque haya materializado la consecución de algunos éxitos, siempre lo verá como un ser inferior, practicante de la hipocresía, cultor del engaño y del disimulo y aliado incondicional del odio.
Desde el punto de vista filosófico, quien mejor que José Ingenieros, para elaborarnos el cuadro-caricatura del envidioso: Pero antes de abordarlo, detengámonos brevemente sobre algunos aspectos bíblicos en torno a la envidia.
Algunas referencias bíblicas sobre la envidia:
La envidia es tan antigua como el género humano. Caín mató a su hermano Abel por envidia, porque Dios aceptó la ofrenda de Abel y no la suya. (Gen. 4 :2-10). A José sus hermanos lo vendieron por envidia, porque su padre lo prefería, (Gen. 37). A Jesús lo mataron por envidia, (Mt. 27:18).
1.-LA ENVIDIA INCLINA EL CORAZON DE LOS HOMBRES A LA INSENSATEZ Y A ODIAR AL PRÓJIMO “Porque también nosotros antes éramos insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de los malos deseos y de toda clase de placeres, y vivíamos en la maldad y la envidia, siendo objeto de odio y odiándonos los unos a los otros.”, (Tito 3:3).
2.-QUIEN PRACTICA LA ENVIDIA ES UN MALVADO SEGÚN LA SENTENCIA DE DIOS
“Es un malvado el que mira con envidia, el que da vuelta la cara y menosprecia a los demás.”, (Ecli. 14:8).
3.- ES TAN PERJUDICIAL LA ENVIDIA QUE SUS EFECTOS CORROEN LOS HUESOS
La envidia corroe los huesos, es decir, afecta lo más profundo de nuestro ser: “Un corazón apacible es la vida del cuerpo, pero la envidia corroe los huesos,” (Prov. 14:30).
4.-LA PERSONA ENVIDIOSA ACELERA SU ENVEJECIMIENTO Y SU MUERTE .
La envidia acorta la vida y hace envejecer prematuramente: “La envidia y la ira acortan la vida y las preocupaciones hacen envejecer antes de tiempo. “Ecli. 30:24).
Nadie escapa a la envidia: “desde el que lleva púrpura y corona hasta el que va vestido miserablemente, sólo sienten rabia y envidia, turbación e inquietud, miedo a la muerte, resentimiento y rivalidad;”, (Ecli. 40:4).
FACETAS MÁS RELEVANTES DEL CULTOR DE LA ENVIDIA SEGÚN JOSÉ INGENIEROS:
“La envidia y la emulación parientes dicen que son; aunque en todo diferentes al fin también son parientes el diamante y el carbón. La emulación es siempre noble: el odio mismo puede serlo algunas veces. La envidia es una cobardía propia de los débiles, un odio impotente, una incapacidad manifiesta de competir o de odiar.
El talento, la belleza, la energía, quisieran verse reflejados en todas las cosas e intensificados en proyecciones innumerables: la estulticia, la fealdad y la impotencia sufren tanto o más por el bien ajeno que por la propia desdicha. Por eso toda superioridad es admirativa y toda subyacencia es envidiosa. Admirar es sentirse creer en la emulación con los más grandes.
Un ideal preserva de la envidia. El que escucha ecos de voces proféticas al leer los escritos de los grandes pensadores; el que siente grabarse en su corazón, con caracteres profundos como cicatrices, su clamor visionario y divino; el que se extasía contemplando las supremas creaciones plásticas; el que goza de íntimos escalofríos frente a las obras maestras accesibles a sus sentidos, y se entrega a la vida que palpita en ellas, y se conmueve hasta cuajársele de lágrimas los ojos, y el corazón bullicioso se le arrebata en fiebre de emoción; ése tiene un noble espíritu y puede incubar el deseo de crear tan grandes cosas como las que sabe admirar. El que no se inmuta leyendo a Dante, mirando a Leonardo, oyendo a Beethoven, puede jurar que la Naturaleza no ha encendido en su cerebro la antorcha suprema, ni paseará jamás el hombre mediocre.
La familia ofrece variedades infinitas, por la combinación de otros estigmas con el fundamental. El envidioso pasivo es solemne y sentencioso; el activo es un escorpión atrabiliario. Pero, lúgubre o bilioso, nunca sabe reír de risa inteligente y sana. Su mueca es falsa: ríe a contrapelo.
¿Quién no los codea en su mundo intelectual? El envidioso pasivo es de cepa servil. Si intenta practicar el bien, se equivoca hasta el asesinato: diríase que es un miope cirujano predestinado a herir los órganos vitales y respetar la víscera cancerosa. No retrocede ante ninguna bajeza cuando un astro se levanta en su horizonte: persigue al mérito hasta dentro de su tumba. Es serio, por incapacidad de reírse; le atormenta la alegría de los satisfechos. Proclama la importancia de la solemnidad y la practica; sabe que sus congéneres aprueban tácitamente esa hipocresía que escuda la irremediable inferioridad: no vacila en sacrificarles la vida de sus propios hijos, empujándoles, si es necesario, en el mismo borde de la tumba.
El envidioso activo posee una elocuencia intrépida, disimulando con niágaras de palabras su estiptiquez de ideas. Pretende sondar los abismos del espíritu ajeno, sin haber podido nunca desenredar el propio. Parece tener mil lenguas, como el clásico monstruo rabelesiano. Por todas ella destila su insidiosidad de viborezno en forma de elogio reticente, pues la viscosidad urticante de su falso loar es el máximum de su valentía moral. Se multiplica hasta lo infinito; tiene mil piernas y se insinúa doquier; siembra la intriga entre sus propios cómplices, y, llegado el caso, los traiciona. Sabiéndose de antemano repudiado por la gloria, se refugia en esas academias donde los mediocres se empampanan de vanidad si alguna inexplicable paternidad complica la quietud de su madurez estéril, podéis jurar que su obra es fruto del esfuerzo ajeno. Y es cobarde para ser completo; se arrastra ante los que turban sus noches con la aureola del ingenio luminoso, besa la mano del que le conoce y le desprecia, se humilla ante él. Se sabe inferior; su vanidad sólo aspira a desquitarse con las frágiles compensaciones de la zangamanga a ras de tierra.
A pesar de sus temperamentos heterogéneos, el destino suele agrupar a los envidiosos en camarillas o en círculos, sirviéndoles de argamasa el común sufrimiento por la dicha ajena. Allí desahogan su pena íntima difamando a los envidiados y vertiendo toda su hiel como un homenaje a la superioridad del talento que los humilla. Son capaces de envidiar a los grandes muertos, como si los detestaran personalmente. Hay quien envidia a Sócrates y quién a Napoleón, creyendo igualarse a ellos rebajándolos; para eso endiosarán a un Brunetiére o un Boulanger. Pero esos placeres malignos poco amenguan su desventura, que está en sufrir de toda felicidad y en martirizarse de toda gloria. Rubens lo presintió al pintar la envidia, en un cuadro de la Galería Medicea, sufriendo entre la pompa luminosa de la inolvidable regencia. El envidioso cree marchar al calvario cuando observa que otros escalan la cumbre. Muere en el tormento de envidiar al que le ignora o desprecia, gusano que se arrastra sobre el zócalo de la estatua.
Todo rumor de alas parece estremecerlo, como si fuera una burla a sus vuelos gallináceos. Maldice la luz, sabiendo que en sus propias tinieblas no amanecerá un solo día de gloria. ¡Si pudiera organizar una cacería de águilas o decretar un apagamiento de astros!
Lo que es para otros causa de felicidad, puede ser objeto de envidia. La ineptitud para satisfacer un deseo o hartar un apetito determina esta pasión que hace sufrir del bien ajeno. El criterio para valorar lo envidiado es puramente subjetivo: cada hombre se cree la medida de los demás, según el juicio que tiene de sí mismo”. (INGENIEROS José..EL HOMBRE MEDIOCRE.Caracas-Venezuela.Editorial Panapo.1998.Pags.104-106 )
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